… without direction or destination

Inquietudes neuronales

Bajo la misma estrella.

«Todo el mundo debería tener su amor verdadero, y por lo menos debería durar tanto como su vida.»

«Sentí que me enamoraba de él como cuando sientes que te estas quedando dormida, primero lentamente y de repente de golpe.»

«Estoy enamorado de ti, y no me apetece privarme del sencillo placer de decir la verdad.»

«¿Qué más? Ella es tan hermosa. No te cansas de verla. Nunca te preocupas si es más inteligente que tu: sabes que lo es.
Es graciosa sin querer serlo. La amo. Soy tan afortunado de amarla, van Houten. No puedes escoger si serás lastimado en este mundo, viejo, pero si puedes decidir quien te lastima. Me gustan mis decisiones. Deseo que a ella le gusten las suyas.»

«-¿Puedo volver a verte? -me preguntó.
Su voz sonó nerviosa, y me pareció entrañable.
-Claro -le contesté sonriendo.
-¿Mañana? -me preguntó.
-Paciencia, saltamontes -le aconsejé-. No querrás parecer ansioso…
-No, por eso te he dicho mañana -me contestó-. Quisiera volver a verte hoy mismo, pero estoy dispuesto a esperar toda la noche y buena parte de la mañana.»


Amor de la vida. De una vida. De mi vida.

Conversaciones en la calle, en el coche o en la cama. Conversaciones que llevan a observar cada detalle con paciencia, con quietud. Cada brillo diferente que reflejen sus ojos; si mira a la izquierda, a la derecha, si te mira. Te quedas unos segundos aguantando la respiración, imperceptible e inconsciente, a que aguanten esos ojos junto a los tuyos un ratito más, pero sabes que llegará el momento en que se marchen de tu dirección.

Miras cada gesto, mides cada palabra. Sigues cada movimiento. Una sonrisa mueca te sale, aunque tú no lo sabes.  Le pertenece toda.

Le dedicas un impulso y le besas. Le besas con calma y fuerza. Quieres sentir y sostener las curvas de sus labios. Que no haya espacio ni para el aire. Piensas de minuto a minuto que te quedarías así 10 más.

Abres los ojos, pero todavía no ha acabado. Detienes el tiempo un segundo para observar que ambos miráis el deseo del otro; pasas la mano, sin soltar sus labios, alrededor de su nuca, enredando algún pelo entre tus dedos mientras notas sus manos, coordinadas, partiendo de tu cintura y con destino a tu espalda. Te aferra con fuerza y hace desaparecer el milímetro de distancia que os separaba.

Todo es tuyo ya«, piensas.

Dejas tu cabeza y tu cuerpo fluir con el suyo. Fluye y fluye.


Como siempre y siempre.

Acostada sobre el sofá, callada, ella me mira. Estoy sentado en la alfombra que hay junto a la chimenea leyendo su libro favorito. Entre páginas no puedo evitar echar la vista arriba y mirarla.

Lleva una camiseta mía de estas grises que suelo ponerme para dormir. Le viene un poco grande, pero a ella no le importa. Y digamos que a mí tampoco me importa. Debajo solamente viste unos shorts negros, muy cortos.
Con cada caricia que mis dedos le hacen a cada página del libro, para poder seguir con la historia, ella se mueve un poco para acomodarse en su insinuación y distraerme.

Con una pequeña mueca, cojo el separador y lo pongo antes de cerrar el libro. Me levanto y lo dejo sobre la mesa, al lado de la taza de café vacía que se acaba de tomar. Con gesto granuja me voy hacia el sofá y me siento con ella.
Pongo mis manos sobre sus pies, y lentamente voy recorriendo sus piernas desde abajo hacia arriba. Esas largas piernas en las que me encanta perderme durante muchos momentos del día. Me paro. A la altura de sus muslos noto como su piel se eriza y veo cómo aprieta las manos sobre el sofá, presionando la tela y mordiendo poco a poco su labio. Sonrío y mis manos siguen subiendo. Ella está cada vez más nerviosa y yo cada vez más hechizado y absorto. Fascinado.
Mis manos, a la altura entre su cadera y su cintura, deciden cogerla fuerte y mis labios acompañarlas en el camino. Voy subiendo muy despacio y recorriendo centímetro a centímetro su línea del abdomen, aunque sin evitar meter mi cabeza dentro de la camiseta (como era de esperar, es que le viene grande). Se retuerce; aunque no va a conseguir quitarme de encima. Está acalorada; noto cómo se evapora debajo de mis labios.
Le quito la camiseta y la tiro al suelo. Su melena suelta vuela en el aire mientras la levanto y la siento sobre mis piernas. La dejo solamente con esos shorts negros tan cortos.

Llegados a este punto, mi impulsividad se ha quedado en un segundo plano y dentro de mí hay algo mucho más grande, algo que se llama como ella.
La rodeo con mis brazos, mientras mis manos, enamoradas, no dejan de bailar con ella. La miro con total embeleso y veo cómo le brillan los ojos al mirarme. Mi corazón se acelera. Me acerco a su cuello mientras agarro su mentón y lo huelo, me maravilla cómo huele. Y lo beso. Y la beso. La beso como nunca lo he hecho y como siempre lo haré. Como lo hice ayer y como lo haré mañana.


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Mi cabeza. Un lugar horrible en el que estar demasiado tiempo.


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Versailles

Me doy cuenta, cuando parpadeo en la calma, del hermoso bosque.
Persiguiendo una estrella fugaz.

La armonización de cuando parpadeo en el mundo de la realidad y en el otro lado.
Persiguiendo una estrella fugaz, disolviéndome en esta fugacidad.

Persiguiendo… una estrella fugaz


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Rompimos la barrera del sonido gritándonos amor: tu voz es el eco de mi planeta.


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In and out.

Esta respiración durante la noche y el sueño es lo que más me gusta escuchar en el mundo.


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Sabes que no vale la pena seguir llorando. Lo sabes hasta que te das cuenta de que no puedes parar.


Imagen

Vigilia en sueños.

Y al final del camino,

cuando ya desisto encima de un acolchado y suave reposo,

mis ojos entornados caen en modorra, para dar paso a la vigilia de mi cabeza.

Y lo que mantengo callado durante mis horas en vela,

se desata al cesar el último parpadeo.

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Pero no basta.

Bastaban sus ojos fijados en mí para esbozar una herida mueca y sincera. Bastaba un roce de su mano en mi mejilla para cerrar mis ojos, dejando caer, imparable, una lágrima de adiós. Bastaba levantar la mirada temerosa al encuentro de su expresión. Bastaban mis desesperados abrazos para notar mi corazón desgarrando su escondite para irse contigo. Llévalo contigo; siempre. Bastaba con saber la verdad de la situación, y aun así no bastaba nada.

Henchido el corazón de agua, rebosando en mis ojos todo ese manantial de despedidas y demoras, que no puede alojar más sollozos en su interior… no puede… no puedo…


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Mi pesar.

Acostada en la cama pensaba y pensaba en lo mismo. Solamente me salían palabras para él. Palabras que no tendrían respuesta. Solamente me salía evocar una imagen dentro de mí. Una imagen que me hizo estremecer de dolor. De un dolor dulce y desesperado. Era bonito comprender que ya no había vuelta atrás. Era bonito comprender que solamente yo podía detenerme en el tiempo y verlo todo desde una perspectiva diferente a la suya. Era bonito y, vaya si lo era.

“Lo entendí cuando lo conocí a él. Yo había nacido para querer a ese chico, para mirarlo, para tocarlo, para vivirlo en cada momento. Y supongo que más tarde comprendía que también había nacido para echarlo de menos, para quererlo incondicionalmente. Y que nadie, nunca, lo haría como yo.”


Cita

«Te vi follar y fallar, y no sé cuándo me gustaste más, si cuando te contemplé proclamándote diosa o cuando te observé confesándote humana.»

E. S.


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Ese «no ser capaz de llegar al nivel» o «nunca estar a la altura» de las expectativas de un pasado mucho mejor que el presente.


No importa (¿?)

[Sígueme, no tengas miedo… sígueme hasta el final, no pasará nada…]

De pie, de frente, plantado ante eso. Se notaba bajo ese cielo desnudo el escalofrío claro de la incertidumbre. Cada vez menos disimulado. Nunca has estado mirando desde tan alto, notando que vives en lo más profundo de ti. Ese cielo desnudo no es más diferente de lo que te abunda dentro.

Es la luz y la noche. La confianza y el miedo. Una completa cura y también su dolor. El límite entre lo que quiero cruzar y adonde no aconsejan permanecer. Nunca pensé que podía significar tanto. Tanto. Y por eso seguiré desvaneciéndome en el paraíso.

Puedes quedarte mirando este mundo que has traído a la vida, o simplemente dejarlo morir y reedificarlo en otro lugar.


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«Estás tan acostumbrado a que todo te salga como tú quieres, que cuando algo se tuerce te conviertes en un auténtico imbécil»

S.

A veces se te olvida vivir la vida con pies de plomo sin dejar de disfrutar al máximo de ella.


No dejar.

Nunca he dejado de ver mariposas en mi estómago. De sentir un nudo en la garganta que se encarga de atar, personalmente, algún pensamiento de mi cabeza. No he dejado de saber que, a la luz del día, mi sombra está conmigo; conmigo hasta que la aíslo por completo cuando apago la luz de la lámpara que hay en la mesita de noche. Aun así y todo, llevando años marginándola, sigue a mi lado. No he dejado de bajar la mirada cuando estoy nerviosa o girar la cara cuando me siento tímida. No dejo de sentirme borracha cuando bebo o de nadar en resaca y remordimientos al día siguiente de una noche excesiva. «Bff, nunca más así» me digo, hasta que deja de arrepentirse todo mi cuerpo.

No he dejado de querer las mismas cosas. La costumbre de vez en cuando me quiere contradecir un poco, aunque consigo mantenerla bastante al margen. No he dejado de mirar de reojo a quienes alteran la calma o a la curiosidad. Nunca he dejado de sentir inseguridad ni por la inferioridad ni por el análisis.

Tampoco he dejado de no querer lo que no quiero. Tampoco lo que sé que no me ayuda o conviene, aunque a estas últimas no las escucho en su totalidad. No dejo de contar; cuento minutos, cuento días y semanas hasta que llegan a completar el mes; he contado años, hasta que dejé de hacerlo para volver a contarlos. Doy pasos que me acercan a la lejanía de lo conocido. Si ya se conoce, no es interesante. No he dejado de ser interesante, pero porque nunca lo he sido. No he dejado de ser sinceramente agria, pero porque siempre lo he sido.

No he dejado de bailar cuando suena el aire. De ocupar mi ocio y librar mis tareas. No he dejado de odiar queriendo. No dejo de llorar dolor que se desvanece con nimio alboroto; escurrir cada destello de negatividad hasta su gota más ácida; culparme por pensar así hasta que el ciclo termina y empieza, mientras algo de mí se queda conscientemente mirando; siempre mirando. No he dejado de mirar de frente la tristeza y vivir con ella bajo el mismo techo. No dejo de abrazar con besos y caricias la pasión y la ternura, que eso es lo que me gusta; me gusta besar y abrazar a quien quiere con sinceridad. No he dejado de querer odiar.

Nunca he dejado de entrometerme en lo que me parece mal, ni tampoco en lo que me parece bien. No he dejado de escribir con desgraciada melancolía, y dejar que escriba más ella que yo. No dejo de tener ilusión y llenarme de ella mientras se vacía la de los demás. De llevar a cabo mi todo aunque no las tenga todas conmigo.

Y nada de esto deja de ser propiamente típico.


A ti.

A ti podría decirte que para mí
cualquier lugar es mi casa
si eres tú
quien abre la puerta.


Quiero.

Quiero bailar contigo bajo la tormenta cuando nos alcancen los truenos; no rendirnos a la mínima señal de llovizna; pisar fuerte los charcos que lo inundan todo, sin temor a salpicar; mirar al cielo, de brazos abiertos y ojos cerrados, y respirar con alivio; que cada gota sea un bálsamo, y no un agujero que intentemos tapar con una triste tirita. Porque, aunque salgamos mojados, será con una sonrisa.

Quiero vivir mil adversidades y otro arsenal todavía mayor de aventuras a tu lado. Quiero poder escuchar el sonido de tu llave entrando en casa; quiero que me escuches y me veas entrar en casa; quiero verte en casa. Quiero poder decirte cada día cuánto me inspiras e impulsas; decirte cuánto me animas; cuánto te amo. Quiero poder verte cada día despertar y sonreír; poder verte leer, y leer junto a ti; poder verte comer; cambiarte de ropa por la mañana al levantarte y arrebatártela toda bajo la sábana por la noche. Quiero poder sorprenderte en la ducha o en una cena. Quiero poder discutir contigo y poder pedirte perdón; disipar pesadillas; quiero confianza infinita; poder cuidarte, porque te has resfriado o simplemente porque quiero.

El tiempo que quiero pasar junto a ti se mide en «siempres». Quiero poder estar contigo y no necesitar nada más. Porque no necesitaría nada más.


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Contigo y conmigo.

Quiero que el universo siempre conspire a nuestro favor y el destino teja nuestros hilos, entrelazándolos siempre hacia la misma dirección.


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«Aprendemos a amar, no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta.»

S.K.

Empiezo a saber ya lo que no quiero, que es un paso hacia saber lo que quiero.


Lo que no sabes.

Siempre me repito sobre lo mucho «más» que siento y padezco. Lo mucho «más» que recuerdo y analizo. Lo mucho «más» que quiero y no quiero. Y parece ser que puedo estar equivocada, pero la mayor parte de mi tiempo me dice que no, y no lo sabes.

Déjame decirte que los días de mi semana no duran lo normal. No son eternos, pero sí vacíos. Ni mi día dura 24 horas ni mi semana 7 días.

Comparo los diez minutos que tardo normalmente en desperezarme ante la hora que puedo quedarme hablando contigo al despertar. Comparo los quince minutos que utilizo para desayunar ante ese café que sueles prepararme a mediodía porque somos unos tardones charlatanes. Comparo los viajes que hago en coche entre semana, para ir a clase, sin mirar apenas el reloj, ante el transcurso de un solo minuto al que no puedo dejar de hacerle caso cuando se trata de ir a verte. Comparo las mil vueltas que me cuestan las noches para poder quedarme dormida ante el abrazo que me prestas en la oscuridad antes de dejarme llevar. Comparo minutos de aburrimiento ante segundos apasionantes.

Y es que me paso el tiempo mirando, instintivamente, el móvil por si me has escrito. No hay un solo día que no se me aparezca tu imagen, mínimo 12 veces, y se queda ahí un rato para ponerme una sonrisa o colarme alguna lágrima. Cuando escucho alguna canción ñoña y pienso en la letra, no puedo evitar relacionarnos con ella y, claro está, ponerme ridículamente ñoña. O si tengo las manos frías, cómo no, y los pies, añorar que me dejes robarte un poco de calor de vez en cuando. Y mis sueños no te dejan nunca en paz, se ve que te están cogiendo cariño. Enamoras cada apartado de un día que pase a tu lado.

No hay domingo que me despierte a tu lado que no te eche de menos antes de marcharme. Contigo parece que me roben horas que luego cargan a mi reloj cuando estoy sola. Y es que no hay nada peor que acordarse de mirar a ese maldito reloj…


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Resaca emocional.

Qué miedo me da y qué tonta me pone el asunto, pero no puedo evitar «insegurarme» a mí misma una y otra vez con el mismo tema. Lo que mi cabeza no entiende, lo archiva para siempre…


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Intacto en mil pedazos.

Ella necesitaba estar a gusto en un sitio que llevaba toda la tarde pronosticando, y ver que tenía la posibilidad de encontrar (aun sin éxito) superación en lo que habría llamado pesadilla en determinadas noches. Él, sin embargo, tenía pensado pasarlo bien, naturalmente, con personas apreciadas en su vida, aunque totalmente ajenas a ella, y recordar lo que es sentir que un hueco de su interior se iba llenando otra vez de conversaciones interesantes con alguien difícil de olvidar.


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Los muros existen para darnos la oportunidad de frenar en seco de una leche la tontería que se nos está ocurriendo en ese mismo instante.